Antes que nada quisiera aclararles que hace unos cuantos post que venimos subiendo que los vengo escribiendo yo solo. Pido disculpas por los errores de ortografía y de gramática, pero no soy escritor ni aspiro a serlo. Mi intención en estos post es brindarles la mayor fidelidad a las experiencias para que ustedes las analicen. Nosotros las masticamos kilómetro a kilómetro, pedal a pedal.
Santiago Mutilba
Llegamos al centro de La Paz y como en toda ciudad comenzó nuestra odisea por conseguir un techo. Duró unas cuatro horas, agotando muchísimas posibilidades y nuestros cuerpos ya que pasamos las cuatro horas caminando, empujando las bicis entre las empinadísimas calles de la ciudad. Finalmente conseguimos alojamiento en The Family House, hostel con habitaciones compartidas con viajeros, músicos, artesanos, artistas y otros simplemente locos.
En La Paz estuvimos cinco días conociendo la ciudad y descansando el culo de la bicicleta. El alojamiento lo pagamos malabareando en semáforos, de lo que también nos sobró un poco para las cervezas. Se puede decir que los cinco días nos salieron bastantes económicos. También se nos hizo costumbre comer en un restaurante barato y muy acogedor. Un lugar donde te dejan llevar la bebida e invitar al mozo con un vasito de vino quien lo acepta cordialmente, un lugar donde al llenarse se comparten las mesas. Allí conocimos a cuatro señoras y señoritas argentinas con quienes compartimos la mesa, la cena y cálidas charlas. Al día siguiente de la cena, como si La Paz fuese chiquita, encontramos a una de ellas en la calle y acordamos cenar nuevamente juntos en el mismo lugar. Ya con la panza llena fuimos a un bar a tomar unas cervezas, a quienes las sucedieron unas jarras de vino con música e vivo y mucha alegría… (Discreción). Como tenían pensado volver a Buenos Aires en unos días mandamos a través de una de ellas, Ingrid, a nuestras tierras unos libros que no queríamos perder y un DVD con fotos.
Al bar comentado, lo habíamos conocido el día anterior gracias a Ándre, un poeta brasilero que encontramos en la calle. Llevamos la guitarra al bar, y con la presencia de otra viola pasamos la noche entre temas argentinos y bolivianos, cervezas y vino.
Ándre también nos llevó a su cuartucho de dos metros por dos metros y medio en el que vivía y escribía sus versos: cuatro paredes tiznadas por el humo del tabaco, una mesita repleta de papeles, la cama apoyada contra la pared ya que era de la única forma que la puerta pueda abrirse y el colchón doblado por el mismo motivo. Pero como ya lo dijo Norberto Aníbal Napolitano, alias Pappo:
“no cambia nada estar un poco sucio si mi cabeza es eficaz”.
Ándre estaba involucrado en un proyecto cinematográfico como escritor del guión. Luego de escucharlo, puedo asegurar que el día que se estrene dará qué hablar.
“no cambia nada estar un poco sucio si mi cabeza es eficaz”.
Ándre estaba involucrado en un proyecto cinematográfico como escritor del guión. Luego de escucharlo, puedo asegurar que el día que se estrene dará qué hablar.
La última noche en La Paz, Ándre nos llevó a una bacán fiesta del cierre del Bolivia LAB, festival de cine boliviano en el que la homenajeada de la noche fue Violeta Parra. Pasaron un film sobre su vida y obra, sonó música en vivo por un excelente dúo tributo a Violeta, y no faltaron las empanadas y el vino. Allí estuvimos con nuestras harapientas imágenes contrastando entre sacos y corbatas. Claramente éramos el lunar. Nuevamente podríamos hacer referencia a la frase de Pappo, pero siendo justos nuestras cabezas no son tan eficaces como la de Ándre.
Olvidaba contar, que en una de las tardes en la ciudad, pasamos por la puerta de un circo, y sacando el niño que llevamos dentro compramos dos entraditas.
Ahora sí nos despedimos de La Paz con una frase de la chilena:
“Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber, ni el más claro proceder, ni el más ancho pensamiento” (Violeta Parra).
Almorzando en el particular restaurante de La Paz.
Pieza del hostel en La Paz, decorada por distintos viajeros.
Lindo parque en La Paz donde nos escapamos unas horas del quilombo.
Con las porteñas en Coca y Sapo, bar paceño.
Calles coloniales en La Paz.
Rueda de la muerte!
Acrobacias en el circo.
Con un chileno que conocimos, de fondo la iglesia San Francisco.
Malabares en La Paz.
De La Paz comenzamos a subir los empinadísimos quince kilómetros hasta El alto, pero luego de pedalear unos cinco kilómetros subimos los diez restantes en camión, no por flojos sino de vagos. Una vez arriba (en el supuesto sector peligroso de La Paz) nos alojamos y fuimos a tomar una cervecita por ahí.
Al otro día utilizamos la mañana para preparar algunos detalles de las bicis, comprar algunos elementos faltantes y salimos con rumbo Tiwanaku, donde al siguiente día se festejaría el nuevo año aimara. Pedaleamos bastante pero nos agarró la noche en la ruta y acampamos en la montaña. Cenamos los pocos panes que teníamos, que con nuestro importante condimento, el hambre, los devoramos al instante. Estuvimos caminando un rato en la montaña bajo el cielo estrellado y las luces de La Paz en el horizonte y nos acostamos.
Al alba nos despertamos. Nos vestimos, es decir nos pusimos las zapatillas ya que la única diferencia entre nuestra ropa de cama y de día la hacen los zapatos, levantamos campamento y comenzamos a pedalear con la panza vacía. Luego de unos kilómetros y ya con el triperío tocando el himno en la panza, llegamos a un pueblo a desayunar. Al rato seguimos pedaleando. Una vez en Tiwanaku, dormimos una siesta y comenzamos a buscar alojamiento, pero esta vez no para nosotros sino para las bicis. Siendo Tiwanaku un pueblo las cosas se simplifican: a los diez minutos de búsqueda ya teníamos las bicis en el galponcito de una señora.
La fiesta comenzó. Más de diez mil personas concentradas en la hectárea que abarca la plaza. Una mezcla de indígenas, extranjeros, paceños, gentes de todos lados. A las 18:00 horas pasaron un video sobre el pueblo de Tiwanaku, sus raíces, sus orígenes y el cambio y la pérdida de raíces que se está produciendo en la actualidad. Luego comenzaron a tocar bandas bolivianas, con música y bailes autóctonos de la región, que duraron hasta las seis de la mañana del siguiente día. Una verdadera fiesta: la gente bailando, saltando, cantando, llena de alegría. Como a las tres de la madrugada comenzaron a verse fogones por todos lados y borrachos por doquier. Los papachos, viejos indígenas, se clavaban tragos de alcohol etílico para pasar el frío. Los alrededores de la plaza, es decir las calles que desembocan en la plaza, eran utilizadas de baños. Hileras de gente (cuando digo gente me refiero a masculino y femenino) desagotando el tanque para volver a llenarlo de alcohol. A las seis y media de la madrugada todos fuimos en caravana hasta un predio cercado desde donde se ve la salida del sol y los rayos atravesando una ventana de piedra. La gente levantando sus manos (los que podían, según el estado de ebriedad al que se encontraban) para recibir las energías positivas del sol, y con él el nuevo año aimara. Véase el grado de ebriedad de algunos que en un momento, al lado nuestro un borracho caminaba tambaleante y cayó en medio de un fogón. Si no fuese porque, con ayuda de otro muchacho, lo levantamos del fuego el tipo era cremado en vida y ni se enteraba. Pero a pesar de la cantidad de gente y del alcohol que se consumió no hubo peleas, no hubo discusiones, todo era alegría, era cuestión de abrazarse al de al lado o a la de al lado, según la suerte, y bailar, alrededor del fogón o entre la multitud frente al escenario. A las siete y media de la madrugada nosotros nos fuimos a acampar, pero la fiesta continuaba.
Viajando hacia El Alto en camión.
Año nuevo aymara en Tiwanaku.
Se pueden ver las manos levantadas para recibir la bendición del sol en el primer amanecer del año aymara.
El quilombo que quedó en la plaza después de la joda.
Nos despertamos como a las cuatro de la tarde. Levantamos campamento y fuimos a la plaza. Increíblemente había viejos que seguían escabiando y otros durmiendo. Almorzamos unas empanadas y a las seis de la tarde oscureció, asique volvimos a armar la carpa en las afueras del pueblo.
Ahora sí, recuperados, comenzamos a desandar nuestros últimos kilómetros por Bolivia con la idea de dormir esa noche en Perú. Llegando a Desaguadero (frontera de Bolivia con Perú) pasamos por un puesto de control aduanero en el que nos quedamos mirando sorprendidos de como los camiones, camionetas y combis cargadas de mercadería provenientes del país vecino le tiraban unos pesitos al milico de guardia, y este los agarraba rápidamente y haciéndose el boludo los embolsaba en su bolsillo.
Llegamos a Desaguadero de noche, hicimos los trámites de migraciones (por decisión propia porque la gente va y viene como si fuese un puente más, el que tiene tiempo y ganas hace los trámites) y entramos al Perú…
Bolivia nos despide o Perú nos recibe, como se quiera, cuestión que en el puente nos encontramos con tres argentinos en su 4x4, provenientes de Mendoza y con rumbo cuzco, quienes nos regalaron un vino mendocino de alta gama.
La idea de dormir en Perú se frustró al ver los precios de los alojamientos (acampar en un paso fronterizo es un tanto arriesgado). Volvimos a Bolivia ilegalmente y nos alojamos por la quinta parte de lo que nos pedían en Perú.
Luego de atravesar Bolivia en bicicleta uno se lleva mucho del país, de su gente, de sus montañas, de su humildad, sin confundir humildad con pobreza ya que son dos palabras con grandes significados y muy distintos, y de su hospitalidad. Sin duda Bolivia es el corazón de Latinoamérica. Una cultura llena de raíces indígenas que la gente las tiene presentes en su cotidianidad. Si bien las ciudades grandes no son de mi mayor agrado con mi compañero coincidimos en que La Paz fue una de las pocas ciudades grandes que nos han logrado sorprender. Lamentablemente no hemos podido conocer mucho del país, ya que nos quedaron por visitar las yungas, Coroico y su camino de la muerte, la selva boliviana y muchos otros lugares que en bicicleta se tardaría mucho tiempo debido a diversos factores, pero aseguro que por el camino que uno atraviesa en bicicleta lo conoce en profundidad, y más con una bicicleta de 60kg. Se contempla cada montaña, cada planta, cada pueblo. Uno llega a divisar hasta cada tornillo tirado en la ruta.
Uno de tantos atardeceres en las montañas.
Acampando entre las vacas.
Una iglesia perdida en la montaña, realmente no tenia mucha visión comercial el curita que la construyó.
Ultima manifestación cultural boliviana, ya casi en la frontera.
El changuito se aburrió de cargar el toro.
Ultimas pedaleadas en tierra boliviana.
Primer encuentro con el lago Titicaca.
Perú........3km.
Así como cuento de cada pinchadura, de cada problema o desperfecto que nos traen Romualda y Madariaga, también tengo que contar que en los caminos bolivianos se han portado muy bien. Es lógico que luego de tantos kilómetros rodados, con tanto peso, y con el escaso mantenimiento que le brindamos se empiecen a escuchar ruidos por todos lados. Pero ya lo dijo don Atahualpa Yupanqui:
“Porque no engraso los ejes, me llaman abandonao. Si a mí me gusta qué suenen, pa’ que los quiero engrasa’os”.
“Porque no engraso los ejes, me llaman abandonao. Si a mí me gusta qué suenen, pa’ que los quiero engrasa’os”.
Al otro día, desayunamos y pasamos a Perú, donde estábamos legalizados. Luego de ver varios botes a remo a orillas del lago Titicaca, nos dieron ganas de remar. Pasamos la mañana averiguando quien nos podía prestar un bote y nos dijeron que del lado boliviano, los que cruzan mercadería ilegalmente por el río, tenían varios botes. Allí estuvimos charlando con los muchachos, pero todos los botes estaban en uso. También tuvimos problemas con los milicas ya que al vernos en el sector de mercadería ilegal, al que al parecer miran con los ojos cerrados, pensaron que queríamos cruzar al país vecino ilegalmente. Pero por suerte no pasó a mayores. Almorzamos en Perú y comenzamos a pedalear con el Titicaca a nuestra derecha y las montañas a la izquierda dejando Bolivia a nuestras espaldas.
Llegando a Zepita, un pequeño pueblecito, yo paré a desaguar el tanque, y Lucas, mientras me esperaba más adelante, se puso a hablar con unos hombres. Uno de ellos, Javier o “el filósofo” según se hacía llamar nos invitó a su casa.
A la mañana siguiente nos levantó a las seis de la mañana con un mate cocido, unos pancitos y dos huevos fritos. También nos consiguió un bote a remo, asique decidimos que al siguiente día emprenderíamos una travesía de unos cuatro días por el Titicaca, según los peruanos el lago más alto del mundo.
A la tarde fuimos con Javier a un acto, a unos quince kilómetros de Zepita, al que asistió el ministro de defensa del Perú a hablar por el día del campesino. Ya de noche invitamos al filósofo con un guiso de lentejas que cocinamos. El inconveniente fue que confundimos un rocoto con un morrón, siendo el rocoto una verdura picantísima. Igualmente con nuestra habitual hambre comimos dos platos de guiso cada uno, colorados y a las puteadas, y tomando el vino mendocino de alta gama como si fuese agua.
Desaguadero, bicicletas,o biclas, como dicen acá en Perú, usadas para cruzar mercadería en la frontera.
No solo mercadería cruzan las biclas, también las hay taxis.
Cocina de barro en la casa de Javier.
Con Javier en una ruina pre-inca abandonada.
En la cocina de Javier, se le tizno un poquito la pared.
Volviendo del acto en la bicla, con Javier.
Tomando clases con el changuito el día anterior a partir.
Los tipos brindando con un malbec mendocino.
A la mañana siguiente Javier nos volvió a levantar a las seis de la mañana gritando: “Mrs, vamos que ya calenté el rancho”. Fuimos a la cocina y nos encontramos con Javier cocinando una sopa de pollo y dos platos calentitos de guiso sobrante de la cena en la mesa. Cuestión que a las siete de la mañana nos clavamos dos platos de guiso de lentejas y dos platos de sopa cada uno, acompañados por unos cuantos litros de agua para pasar el picante. Luego del desayunito preparamos las cosas y partimos en el bote como lo habíamos planeado, dejando las bicis y la mayoría de los bártulos a cargo de Javier. Pasamos la mañana remando. Llegado el medio día nos dedicamos a leer en el bote, admirando la transparencia del agua y los cerros nevados en el horizonte. Cuando quisimos acordar, se había levantado un fuerte viento que nos hizo huir hacia la orilla. Amarramos el bote y nos fuimos a almorzar unos panes con atún a tierra firme, entre los chanchos. A las dos de la tarde el viento aumentó y con él un terrible frío. Armamos la carpa a orillas del lago y nos refugiamos. Pasamos la tarde leyendo dentro de la carpa hasta quedarnos dormidos. Como es costumbre en nosotros, los preparativos de la travesía en el Titicaca los hicimos diez minutos antes de salir, con esto quiero decir que a la noche nos cagamos de frío.
Nos levantamos con un cielo cubierto por nubes grises amenazantes. Comimos unas galletas mientras decidíamos si seguir viaje o pegar la vuelta. Por común acuerdo subimos las cosas al bote y empezamos a remar con rumbo Zepita. Ya cerca, y con el medio día en las cabezas, comimos unos panes con atún en el bote pero una pequeña nevada nos corrió hacia la orilla.
Una vez en lo de Javier, le dimos la revancha al guiso, pero esta vez sin rocoto y con la compañía de dos muchachos que trabajaban con Javier. Luego una cerveza y una buena guitarreada.
Tratando de salir de las totoras hacia lago abierto.
Proa a las totoras.
Remando en el lago más alto del mundo (3812m.s.n.m.)
Santi tratando de estacionar el bote.
Almorzando a orillas del lago.
Vista que teníamos desde la carpa.
Acampando en la inmensidad del altiplano.
Remando con la fresca.
Bacanazo el tipo leyendo.
Jaja propulsión a chorro!
Consecuencias de alquilar un bote barato.
A punto de caer a las heladas aguas del lago.
La heladera del pueblo, la intemperie.
A la mañana siguiente nos levantó Javier con una sopa de patas de pollo. Le cambiamos los rodamientos al pedal de mi bici, gracias al filósofo que nos dio unos rodamientos que tenía. Luego con la bici en condiciones y la panza llena partimos de Zepita. Pedaleamos un buen rato, hasta que al pasar por un pueblo un hombre nos llamó al costado de la ruta y nos invitó a alojarnos en un cuarto que tenía. Aparentemente con el hombre habíamos almorzado en Desaguadero, en uno de esos tolditos en la calle en los que sirven almuerzos, en uno de esos tablones con los que se comparte el almuerzo, en uno de esos lugares en los que sería una excepción que al levantarse una persona de la mesa no les desee un buen provecho a los que quedan. Ayudamos al hombre a limpiar y acomodar un poco su vieja combi, nos regaló unos panes con un mate cocido y charlamos un rato. Subimos las pertenencias al cuarto: un segundo piso con una escalera de piedras apoyadas formando una montaña para poder subir, con un equilibrio bastante precario.
Al alba nos levantamos y comenzamos a pedalear. Pasamos por Pomata donde paramos a comer unas galletas, estuvimos un rato frente al lago y luego seguimos hasta el próximo pyeblo para almorzar. A la tarde seguimos pedaleando hasta llegar a Juli. Allí estuvimos buscando un techo por la municipalidad, la gobernación y la iglesia sin resultado alguno. En la municipalidad un hombre escuchó nuestro pedido y nos ofreció una construcción sin terminar que tenía para que podamos armar la carpa allí adentro, pero en ese momento se tenía que ir y volvía a las 19:00 horas. Decidimos esperarlo haciendo tiempo en la plaza, y para hacer tiempo nos pusimos a tocar la guitarra y así salvamos la cena. A las 19:00 fuimos al lugar de encuentro pero el hombre nunca apareció, lo esperamos un buen rato y nada. Ya de noche, y medio malhumorados por el trato que habíamos recibido en el municipio armamos la carpa frente a la plaza, en la entrada a la iglesia. También luego de pedir baño sin resultado alguno, no me quedo otra que marcar territorio atrás de la carpa, escondidito para que no vea la gente al pasar por la vereda.
Siempre se consigue algún techo para pasar la noche, en este caso arriba de un chiquero.
Hijita de nuestro anfitrión. No son hermosos los niños del altiplano?
Mateando en el cuartucho.
Como en los viejos tiempos, árboles a la vera del camino.
Bahia en el Titicaca.
Cantidad de criaderos de truchas.
Hacia rato no se veía agua en el horizonte!!
Bote de madera y de trabajo, qué mejor combinación?
Uno de los tantos triciclos motorizados, saludándose con Romualda.
Diferentes vistas del Titicaca, que nos acompañó varios kilómetros.
Acampando delante de una iglesia de hace unos siglos.
A la mañana siguiente nos despertamos con la gente llegando a la misa de los ocho de la mañana. Juntamos campamento y nos largamos a la ruta. Pedaleamos hasta Ilabe. Almorzamos, estuvimos un rato en la plaza respondiendo las preguntas de los niños y seguimos pedaleando hasta Ácora. En la plaza de Ácora, de noche, se nos acercó una señora y nos invitó a la misa que se celebraría al rato por el fallecimiento de su hija. Luego de la misa conversamos con el cura quien muy amablemente nos prestó un salón de la parroquia.
El padre nos levantó a las seis. Desayunamos y a pedalear. Pedaleamos un buen rato y paramos a descansar y leer a orillas del lago. Al rato llegamos a Puno.
Una ventana en la montaña.
Burros de carga.
Unas caras que nos encontramos en medio del camino.
Puno a lo lejos.
Santiago Mutilba.
Los delirantes le mandan un fuerte abrazo a Carlitos Nicolelia. Esperamos su comentario!





















































que lindos paisajes! les deseo lo mejor y que pasen menos frio ! jaja, un beso desde la ciudad de las diagonales .. 3 meses ya en ruta.. hay que pedalear eh!
ResponderEliminarQue lindo lo que están haciendo, desde Necochea les mandamos nuestros mejores deseos y toda la suerte para que sigan con esta hermosa aventura! Fuerza chicos.
ResponderEliminarFlia. Arano.
Que cara de borrachines los delirantes en ese bar de La Paz!!
ResponderEliminargeniales las fotos!, sigan asi que la verdad es increíble todo lo que nos cuentan.
Saludos y fuerza en el pedaleo.
Jero Sergio
PD: Gracias Lucas por acordarte de mi cumple, en medio del viaje encima, increible!! saludos!
chicos . tengo 50 anos y e hecho mas cosas que algunos , y menos cosas que muchos . dentro de las cuentas pendientes que quedaron en el tintero es una aventura parecida . pero no pudo ser y no me quejo . guardo en mi corason el afecto de tanta gente hermosa que conosi en mis viajes de mochilero . desde mi neco querida les mando toda la buena honda .
ResponderEliminarHola chicos, sigo con interes el viaje, y permanezco en contacto con tus padres- los de Santi- para ir sabiendo las últimas noticias. Adelante. Estoy con Uds. Abrazo cálido y fuerte. Carlos.
EliminarAca estoy otra vez, les mostraba las fotos a unos amigos, sorprendidos con la magnitud de los lugares y la valentía de hacer este viaje. Vamos que llegamos a Panamá. Carlos.
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