Una vez en Puno y con la carpa armada en la terraza de un hostel (la dueña nos hizo un precio por solo utilizar un baño) salimos a conocer un poco. La idea era quedarnos dos días en la ciudad pero la estadía se alargó a cuatro días. Paseamos por la mayoría de los bares de Puno, compartiendo con gente de Australia, Francia, Perú, Italia, Brasil, Estados Unidos, Austria, entre otros. Conocimos las Islas flotantes de los Uros, indígenas discriminados por los Aymaras y los Quechua, que se fueron a vivir al lago Titicaca construyendo islas artificiales de totoras, sus casas de totoras, canoas de totoras y artesanías de totoras. Actualmente viven del turismo, pero sus antepasados vivían de la pesca y de las aves.
Antes de finalizar la estadía en Puno, y para poder solventarla, estuvimos haciendo malabares en un semáforo logrando cubrir la mayoría de los gastos generados por la ciudad.
Salimos de Puno a la tarde, luchando contra el fuerte y habitual viento en la frente que se levanta por las tardes en la zona. Antes de salir tuvimos que subir los cerros que rodean la ciudad, pero todo esfuerzo es recompensado, en este caso la recompensa fue una hermosa vista panorámica de la ciudad construida entre montañas, a orillas del lago sagrado. También la salida de Puno iba ligada a nuestra despedida del lago, quien sabe cuándo volveremos a verlo. Luego de subir el cerro, contemplar la hermosa ciudad y despedir al lago, viene una buena: bajar la montaña a toda velocidad, que si bien no es tanta, en bicicleta genera bastante adrenalina. Una vez abajo, pedalear los kilómetros de pampa hasta el siguiente pueblo. Llegamos al pueblo de Paucarcolla y pedaleamos hasta su plaza principal (la única) con la idea de armar el mono ambiente, previa autorización de un parco policía (léase puto). Por suerte nunca llegamos a la plaza, puesto que en el camino nos interceptaron dos peruanos, padre e hijo. Luego de cruzar palabras nos enteramos que este último había vivido veinte años en nuestras tierras. Médico recibido en la universidad de rosario, también vivió unos cuantos años en Mar del Plata, conocía muy bien Necochea y para mi sorpresa, había pasado varias horas jugando tabladas de ajedrez en Bluset, lugar necochense donde yo iba a clases de guitarra y a la salida de éstas quedaba observando las partidas de ajedrez. No dudaron en invitarnos con dos cervezas y nosotros no dudamos en aceptarlas. Fuimos a la despensita de la esquina, nos sentamos en la única mesa y Julián, el padre, gritó a la señora del almacén “Lucy, dos chelitas por favor”. Lucy, sorprendida por la presencia de dos gringos en su tienda, nos alcanzó cuatro vasos con dos cervezas cuzqueñas. Mientras dialogábamos con Julián y su hijo Alfredo, el perro nos hizo el favor y cazó la laucha presente. Más tarde llegó Cati, esposa de Alfredo, y a su llegada Lucy trajo otro vaso a la mesa. Las cuzqueñas se duplicaron con la llegada de las chacareras. Julián, medio en pedo, hacía referencia a las frases argentinas que su hijo le había enseñado: con la mirada perdida en el aire se levantaba de su silla, vaso en alto, y gritaba “saludo hijos de una gran puta, ¡vaso seco!” haciendo un fondo blanco, y golpeando el vaso vacío en la mesa con cierta agresividad, haciendo repetir su acto a los presentes, entre ellos nosotros. En un momento se cortó la luz en el pueblo y naturalmente la guitarreada siguió a la luz de las velas. Dieciocho litros de cervezas enredados en recuerdos y canciones argentinas. Vale aclarar que las cervezas comenzaron a las cinco de la tarde. A las nueve de la noche caminábamos a los tropezones las dos cuadras que nos separaban de lo de Julián, donde dormimos plácidamente.
Islas flotantes de los uros.

Construyendo las particulares embarcaciones de totoras.
A lo que lleva el hambre, comiendo totoras!
Tipica casa de totora en las islas flotantes.
La embarcacion en la que fuimos hasta las islas, que nivel los tipos!
Un guinche que habia ahi tirado jaj
Bacan en el techo de la lancha!
Última vista de Puno desde la ruta.
Con el médico marplatense y su flia.
A la mañana siguiente yo me levanté a las siete y fui a ver las bicis que habían quedado dentro del almacén de Lucy. Viendo que estaban seguras me fui a leer a la plaza. Más tarde desayuné con Cati y su hijo Luciano, a una cuadra de lo de Julián. Al ver que Lucas no aparecía lo fui a despertar. Con el malhumor que generan las consecuencias del alcohol en la cabeza, juntó sus cosas y fuimos a lo de Cati, donde luego de un café se echó otro rato a dormir. Al rato llegó Alfredo, y junto a él, su esposa y su amistoso hijo almorzamos. Ya con la panza llena, al menos la mía porque la de Lucas no aceptó alimentos, cargamos las bicis y salimos a la ruta. El cotidiano viento en contra impedía nuestro avance, y volver al pueblo nos parecía abusar de la hospitalidad de nuestros anfitriones, por lo que decidimos llegar hasta Juliaca (treinta kilómetros) en camión.
Llegar a un pueblo un fin de semana es sinónimo de encontrar borrachos, sea la hora que sea. La gente comienza a tomar desde la mañana, en los almacencitos o tiendas como los llaman aquí. Los estados van variando con el tiempo entre alegrías y enojos, abrazos y discusiones. Llegar al pueblo a la tardecita, cuando en la puerta de la tienda hay un cementerio de botellas implica ser el motivo de las burlas y risas de los borrachos. Estas situaciones, también son repetidas los días de semana pero en salteadas ocasiones.
En Juliaca, rememorando los viejos tiempos, nos dirigimos al cuartel de bomberos voluntarios. Le contamos nuestra situación al bombero de guardia y éste enseguida llamó por teléfono a su patrón:
- Comandante, aquí hay dos argentinos viajando en bicicleta que se quieren alojar en el cuartel – bombero de guardia.
- … - comandante.
- Pasa que en la noche está haciendo mucho frío comandante, las heladas son muy fuertes - bombero de guardia.
- … - comandante.
- Parecen dignos eh… - bombero de guardia.
Finalmente, gracias a nuestro intermediario, nos prestaron un techo en el cuartel. Una vez instalados fuimos a conocer Juliaca, una ciudad bastante peligrosa según los pueblos y ciudades cercanas.
Al otro día un bombero nos levantó a las siete menos cuarto, con el desayuno cocinado: revuelto de huevos y salchichas fritas, y un cafecito. A Las ocho y media fuimos a hacer malabares a un semáforo, previo paso por el baño. Estuvimos malabareando unas dos horas y nos llevamos al bolsillo, además de muchísimas sonrisas, setenta soles, equivalentes a ciento setenta y cinco pesos argentinos, pudiendo aumentar nuestro bajo presupuesto diario. La tarde la pasamos conociendo la comercial ciudad. Al llegar al cuartel nos encontramos con el salón en el que dormíamos ocupado por alumnos aspirantes a bomberos. Tuvimos que esperar una hora y media a que se desaloje el salón para poder reinstalarnos.
Al siguiente día nos levantó otro bombero a las ocho menos diez (nosotros no tenemos despertador) diciendo que a las ocho se utilizaría el salón para una clase de ballet y ya había niñas esperando.
Durante la madrugada me pareció escuchar llover, y al levantarme vi las calles mojadas con grandes charcos. Como para sacar un tema de conversación le pregunté a un bombero si había llovido, y la respuesta fueron las burlas de los bomberos presentes por mi ignorante pregunta (durante esta época es muy raro que llueva en la zona). Ahora yo me pregunto: ¿Quién carajo se iba a imaginar que un bombero tenía la particular manía de levantarse de madrugada, es decir a las 4 de la mañana, y regar las calles del barrio desde la terraza?
Fuimos a desayunar a la plaza y nos ocurrió otro episodio: nos sentamos en un banco y mientras comíamos unas galletas entre mate y mate, las tres cholas que vendían helados en la plaza, luego de pasar varias veces delante nuestro, dejaron sus carritos de helados y se sentaron en el banco frente al nuestro. Cuchicheaban, nos miraban y se nos cagaban de riza. Luego de tolerarlas un buen rato me levanté y les dije: “señoras me gustaría saber por qué se nos están riendo en la cara, ¿qué les causa tanta gracia?” sus respuestas fueron mirarme de reojo y seguir riéndose. Les dije que éramos argentinos viajando en bicicleta y que no le encontraba el motivo a sus carcajadas. “¿Y no se cansan?” preguntaron. No, porque nos drogamos les dijimos cebando un mate y ofreciéndoselos como si fuese droga. Sus caras se pusieron serias y se negaron completamente al mate. Luego se quedaron las tres calladas y mirando sorprendidas como nos pasábamos y chupábamos el mate como si fuésemos hindúes pasando nuestra pipa con opio.
Pedaleamos hasta Calapuja, llegando al pueblo a la tarde. Almorzamos y nos pusimos a leer un rato en la plaza, motivo de riza de los borrachos que tomaban en la tiendita frente a la plaza.
Es curioso cruzar en las rutas combis donde van apilados un montón de pasajeros en su interior, y como si no fuese suficiente en el techo llevan atadas cinco o seis ovejas vivas, y en algunos casos hemos visto cuatro o cinco personas viajando en el techo, pos supuesto también vivas. También se ven camiones viajando con un ganado de personas; es un transporte bastante barato.
Estas carreteras, a pesar de tener campos desolados, en general están bastante pobladas. Se ven ranchos en gran parte de los caminos, y al pasar en nuestros vehículos recibimos muchas frases de sus ocupantes. Para los ojos de algunos somos los gringos millonarios, turistas que se dan el lujo de andar caminos por andar; es de estas personas que recibimos gritos como “¡Hey gringo, dame plata!”. Para otros somos simplemente viajeros, y de estos recibimos gritos con sus manos en alto como “¡Buen viaje!”. Para otros somos terroristas, y al vernos pasar peludos y con barba nos gritan “¡Hey Bin Laden!”. Espero que al llegar a Ecuador las chicas en mayita nos griten “¡Chau papito!” o lo que sería mejor aún “¡Vení papito!”. En fin, somos lo que somos. Como dijo Raúl Prchal parecemos gringos, pero por dentro somos otra cosa.
En Calapuja pedimos alojamiento en la municipalidad pero la respuesta del alcalde fue que la municipalidad era una institución, que vayamos a pedir a la iglesia o acampemos por ahí. Agradezco la respuesta del alcalde ya que en la iglesia nos recibieron de maravillas. Cuarto y comidas compartidas con la familia del cura Luis. También estuvimos conociendo el pueblo, el cual básicamente es una manzana, y el río que pasa por sus afueras.
A la mañana siguiente fuimos a la misa que nos brindó Luis a nosotros y su familia, ya que nadie del pueblo concurrió a la misa del domingo; desayunamos y nos despedimos. Pedaleamos unos kilómetros y nos desviamos rumbo a Nicasio por un camino de tierra, llegando al pueblo al medio día.
Desayunando con el padre Luis y su flia.
Con el sobrinito de Luis.
Camino de tierra, hacia Nicasio.
Aquí tengo que abrir un paréntesis a nuestras aventuras para contarles sobre un proyecto que venimos preparando desde Bolivia, el cual inauguramos en el pueblo de Nicasio al cumplir los cuatro meses en ruta. El proyecto surgió en Abra Pampa, Argentina, cuando luego de ser los encargados de animar a los chicos en la plaza por un buen rato sus padres nos dieron unas monedas con las que compramos unos panes, y durante su ingesta fue que surgió la idea de hacer algo para alegrar a los niños en las plazas de los pueblitos, aunque sea sin remuneración económica, ya que en la mayoría de los pueblos que cruzamos el dinero se consigue a fuerza de voluntad, en una lucha constante que solo se gana mediante el trabajo.
Ahora sí, con este pequeño prólogo, les puedo contar que en Nicasio inauguramos nuestra primera obra de títeres. Este fue uno de los motivos por los que me hice cargo de la escritura de esta página, puesto que mientras yo ocupaba el tiempo en escribir, Lucas lo ocupaba en la fabricación de los títeres. Luego de buscar varias obras en internet y en la las bibliotecas de los pueblos sin conformarnos con ninguna, nos decidimos por “El panadero y el diablo” de Javier Villafañe, que nos la consiguió Agustín Corral (hermano de Lucas) en la biblioteca municipal de Necochea, ya que en internet no se consigue.
El público presente en la primera obra no fue gran cantidad, pero viendo la cantidad de habitantes del pueblo, nos quedamos más que conformes. Además no solo se divirtieron los niños, también se escucharon risas de parte de los adultos. Al finalizar la obra, algo inesperado: la gente nos preguntó si podían colaborar con nosotros. No sólo recibimos dinero, sino que también recibimos un techo, comida, y cálidas charlas con Abel y su hospitalaria familia.
Primeras capas para formar al diablo, en el primer pueblo boliviano.
Todo un taller, instalado en una iglesia en bolivia.
Dandole vida al panadero, en Bolivia.
Vistiendo al diablo, en La Paz.
Haciendo un pacto con el diablo!
Nuestra sala de ensayo: las plazas de juliaca.
Pruebas antes de arrancar la primera función.
El variado público de la primera función (mucha gente cuando sacamos la cámara huyó).
Con el profe Abel y su flia.
De Nicasio, luego de un suculento desayuno de papas, huevos fritos y quesos fritos con Abel y su flía., pedaleamos por un camino de tierra entre posos y “serruchos” hasta Pucará. Allí conocimos al señor Sosa y su asistente Max, quienes nos invitaron a tomar unas cervezas (parece que es la única forma de relacionarse en los pueblos). Sosa venía con unos litros de alcohol en su cerebro y luego de las cervezas con nosotros terminó de demostrar su estupidez. Cuando nos despedíamos, luego de repetirnos unas quince veces que era ingeniero y que mandaba en el pueblo, nos preguntó si necesitábamos algo; siendo ya de noche y con una fresca importante nuestra respuesta fue un techo. Dijo que nos daría un techo pero antes cenaríamos. ¡Maravilloso! El problema fue que después de la cena nos saludó y se fue, sin mencionar palabra el techo. Fuimos a la municipalidad para ver si nos daban algún lugar para pasar la noche. Preguntamos por el alcalde y nos dijeron que estaba en el segundo piso, que lo esperemos. Luego de un buen rato sin respuestas y de escuchar frases como “estos dos gringos qué quieren acá”, Lucas subió al segundo piso. No solo encontró al alcalde sino que también encontró empleados y jefes municipales alrededor de una mesa con cuatro cajones de cerveza. El trato recibió del alcalde, no se si por las cervezas o qué, pero fue muy amable, no dudó en que la alcaldía nos pague un hospedaje para que pasemos la noche.
Al otro día pedaleamos hasta Ayaviri. Llegamos a la tarde y siendo Ayaviri una ciudad bastante grande recurrimos a los bomberos, quienes nos dejaron dormir en el vestuario. Al rato que nosotros, llegaron a los bomberos una familia de franceses viajando en bici: papá, mamá y sus tres hijos. Viajaron desde Alaska hasta Panamá, desde Panamá volaron a Lima y de Lima viajaban hasta Bolivia.
A la mañana siguiente armamos las bicis con los franceses y salimos a pedalear. Llegamos a Santa Rosa a las dos de la tarde, almorzamos y comenzamos a juntar chicos en el pueblo para hacer la obra de títeres en la plaza. A las cinco de la tarde hicimos la obra con un público solo de chicos, quienes participaron muy bien en la obra. A la tardecita conocimos a Ernesto, empleado municipal. Ernesto nos prestó un cuarto en su casa para que descansemos.
Pedaleamos hasta Sijuani, subiendo una cuesta importante donde está el punto más alto del camino Puno-Cuzco llamado “Abra Raya” a 4338msnm. En Sijuani pedimos alojamiento en los bomberos, pero estos sin mucha importancia, ni preguntar quiénes somos ni de dónde venimos, nos dijeron que pasemos al patio y armemos la carpa. A la noche estuvimos dando unas vueltas por Sijuani y volvimos a descansar.
Al otro día, luego de desarmar el campamento, salimos a pedalear. Desde “Abra Raya”, el camino cambió totalmente. Pasó de ser un camino de montañas áridas y desérticas a un camino entre dos enormes cordones montañosos, sembrados por partes, un río que nos acompañó durante muchos kilómetros al costado de la carretera, y población por casi todo el camino. Cuando nos cansamos de pedalear entramos a un pueblo, y nos llevamos la sorpresa de que el pueblo estaba de fiesta tradicional. Pedimos dejar las bicis en el patio de una casa y fuimos a ver la fiesta que contaba con bandas típicas, bailes, desfile de modas, pelea de gallos y lo más extraño que he visto, ¡casamiento de cuises! Un cura (falso) fue el encargado de casar a los cuises vestidos con ropas típicas peruanas hasta que el horno los separe. Lo más extraño era que en un lugar de la fiesta casaban a los cuises con todo amor, y a la otra cuadra te los servían en el plato decorados con morroncitos y otras verduras. Al terminar la fiesta, si por fiesta se entienden los eventos por que la música y los borrachos siguieron hasta altas horas de la madrugada, pasamos la noche en un restaurante. Su dueño, al cerrar el negocio, corrió las mesas y nos trajo un colchón con frazadas para que descansemos.
Meditando tarde por la noche jaja, para la foto eh, todavía no nos volvimos locos.
Intentando acomodarnos en el vestuario de un cuartel de bomberos, y rezando que no halla una emergencia!
Los pequeños ciclistas franceses jugando con "les marionnettes".
Con la familia francesa y sus particulares bicis.
Improvisando escenario en un pequeño monumento.
Ahora si un publico cien por ciento de niños!
En el abra con su sugestivo nombre
Luego del abra ya comienza un paisaje un toque mas calido y fértil.
Hombre-burro que cruzamos.
Ayaviri, como toda ciudad peruana, llena de triciclos taxis.
Ruta bloqueada por huelga docente.
Pareja a punto de casarse (los cuises eh!).
Como bien dijeron en la ceremonia: hasta que el horno los separe!
Los pequeños padrinos de la boda, con sus trajes tipicos.
Luego de dar el si!
Durmiendo en un restaurant cerrado, luego de ver un casamiento de cuises ya cualquier cosa es común.
El día siguiente lo pasamos pedaleando, motivados por el hermoso paisaje. Al medio día compramos unos panes con manteca para el almuerzo en una tienda, y el dueño nos regaló miel y algunas frutas para el camino. Llegamos a Urcos donde estuvimos un buen rato en la plaza recibiendo ofertas de alojamiento. La más tentadora era un techo por cortar los matorrales de un terreno a machete, pero antes teníamos que probar suerte en los bomberos.
Los amables bomberos voluntarios, como es costumbre, nos recibieron muy bien. Nos dejaron armar la carpa bajo un techo que funcionaba como gallinero, cucha del perro, cocina y galpón para guardar algunas cosas, pero no paraban de pedirnos disculpas porque era el único lugar con el que contaban. Prendimos unas velas y cocinamos un suculento guiso de lentejas, que sirvió como cena y desayuno del otro día.
Luego del desayuno nombrado, pedaleamos hasta el mediodía. Entramos a un pueblo a almorzar y nos encontramos con un argentino viviendo en Cusco. Charlamos un rato y nos regaló una gaseosa con unas papas fritas que comimos de postre al almuerzo. Al rato pedaleamos lo que nos faltaba hasta Cusco, subiendo una loma muy larga hasta llegar a su plaza principal.
Pedaleando entre camiones, como es costumbre.
El paisaje ya se va poniendo más verde..
Y hasta nos acompañó un rio un buen rato!
Cocinando un guisito a la luz de la vela.
Aunque usted no lo crea: los delirantes ya patean por la plaza de cusco!
Santiago Mutilba