En Sevaruyo nos tuvimos que quedar otro día debido a
problemas de salud (cagadera), disfrutando del silencio y la tranquilidad de un
pueblo, y del baño.
Al otro día, en igual estado que el anterior, decidimos
hacer dedo hasta el próximo pueblo, Huari. Por suerte no esperamos demasiado
tiempo, al ratito de ir a la ruta nos levantó un camión. Viajamos en la caja
junto a otras personas.
En Huari estuvimos averiguando precios de hospedajes, pero
nos dijeron que Chayapata era más grande
y solo estaba a 12km. Luego del almuerzo y de que todos los niños del pueblo
jueguen con los “gringuitos” en la plaza pedaleamos hasta Chayapata. Una vez
allí nos prestaron un salón para armar la carpa los soldados del ejército
boliviano Ranger, con sus lemas como “vencer o morir” o “un soldado de honor no
tiene mayor testigo que su propia conciencia”. Estuvimos conociendo el pueblo y charlando con
los jóvenes soldados que cumplían con el servicio militar, ya que en Bolivia el
servicio es obligatorio.
La mañana siguiente la utilizamos para actualizar el blog,
mandar algunos mail y comprar el almuerzo. Pedaleamos unas horas y paramos a
almorzar en la ruta. Seguimos pedaleando por el monótono camino que nos llevó a
la plaza de Paznia, donde instalamos el mono ambiente bajo la luz de un farito.
La vida de estos pueblos nos está contagiando su
sedentarismo. Oscurece aproximadamente a las 19:00hs. Una vez armada la carpa
nos quedamos un rato cruzados de brazos a su costado, contemplando los
silenciosos espacios que quedan entre las hileras de humildes casas de adobe,
con sus techos de pajas, a los que llaman calles, donde se forman unos pequeños
remolinos creando espirales de tierra, esperando que algo pase en el pueblo
pero no hay con que darle, antes de las 20:00hs estamos adentro de la carpa.
A la mañana siguiente, mientras levantábamos el campamento
de la plaza con nuestro amigo El frío, se dictaba un acto donde además de los
chicos del colegio, estaban también presentes varios adultos, entre ellos las
autoridades del pueblo. Nosotros juntamos las pertenencias y como es costumbre
también juntamos la basura en una bolsa. Lucas, con naturalidad, se acercó y
tiró la bolsa en uno de los tres coloridos tachos que estaban al lado del
hombre que dirigía el acto. El acto resultó ser la presentación de los tres
tachitos: papel y cartón, plásticos, y orgánicos. Más de uno no se aguantó y
mientras el presentador hablaba largó una carcajada.
Salimos a la ruta. Luego de unos kilómetros nos encontramos
con dos viajeros argentinos en moto. Nos saludamos ¡y la chica resultó ser de
Necochea! Viajando en su motito scooter cargada como mula desde Necochea hasta
México. Enseguida encontramos amigos y conocidos en común. El otro muchacho
viajaba desde Calafate con rumbo Alaska. Nos despedimos, y al ratín se
perdieron las dos siluetas en el horizonte. Aunque motocicleta y bicicleta
terminen igual, la diferencia de velocidades es grande.
Jugando con los chiquitines en una plaza.
Por las rutas de bolivia.
Encuentro con viajeros necochenses!!
Seguimos al tranquito lento disfrutando de viajar en
bicicleta hasta llegar al mediodía a un pueblo, donde entramos a conocer y
almorzar. Ya es costumbre que al almuerzo en la plaza se nos acerquen los
perros y los borrachos, y esta vez no hubo excepción. A la tarde seguimos
pedaleando hasta el siguiente pueblo. Oscureciendo armamos campamento en la
plaza. Mientras hacíamos tiempo para no irnos a dormir a las 19:30hs, se nos
acercaron unas niñas y nos dijeron que su madre las había mandado a invitarnos
a dormir a su casa, porque en la plaza haría demasiado frío. Desarmamos la
carpa y nos trasladamos con los bártulos a lo de la hospitalaria señora, quien
tuvo que salir a una reunión dejándonos con sus hijos, charlando y compartiendo
la cena: Nos acostamos antes de que la dueña de casa regrese. La casa contaba
con dos ambientes: un cuarto con tres camas, una mesa y una garrafa para
cocinar, y otro cuarto un poco más frío, con dos camas en donde dormimos
nosotros. No sabemos si era cierto o no, pero nos dijeron que siempre dormían
los seis en el mismo cuarto en el que cocinaban, nosotros pensamos que lo
dijeron para hacernos sentir cómodos.
Al otro día desayunamos con la dueña de casa y sus hijos,
antes de que partieran para el colegio. Nosotros pedaleamos hasta Oruro, gran
ciudad. Allí estuvimos dando vueltas y conociendo entre el terrible quilombo de
tránsito. Nos volvimos a encontrar con
los dos viajeros en moto. A la tarde comenzamos a buscar hospedaje, y como ya
es costumbre en una ciudad donde no se puede armar la carpa más que en un
terreno baldío, luego de varias vueltas terminamos en el cuartel de bomberos.
Por suerte, luego de un buen rato de burocracia nos recibieron muy bien.
Cenamos con los de la guardia y dormimos en una habitación.
Con el cambio de guardia dejamos el cuartel y fuimos
temprano a desayunar a la plaza. Más tarde dejamos las bicis en una iglesia
para poder conocer Oruro tranquilos. Nos encontramos con una empinadísima y
larga bajada de cemento en la que los niños, medio indios, se tiraban en
carrera sobre unos cartones. No nos pudimos contener y al ratito estábamos
corriendo carreras con los niños.
Y nosotros que nos quejamos de las alforjitas! Señora llevando alfa para sus conejos.
Cenando una buena sopa con esta hospitalaria familia.
A los gringuitos se les complicó con el sol de frente.
Una de la tantas ferias de Oruro.
El mercado bien temprano por la mañana cuando todavia no despertó.
Comedores en plena calle.
Varios puestos de jugos y ensaladas de frutas.
El gran tobogan de Oruro.
Vista de Oruro desde la altura.
A la tarde buscamos las bicis y comenzamos a pedalear con la
idea de acampar en las afueras de Oruro. Una vez en pampa, y ya oscureciendo,
divisamos un rancho con un chiquero. Luego de varios gritos y aplausos dimos
por hecho que no había nadie. Armamos la carpa en una construcción de adobe
medio destruída a metros del chiquero.
Al siguiente día amanecimos con el dueño del rancho y el
chiquero fuera de la carpa pero por suerte no presentó problemas. Pedaleamos
toda la mañana hasta un pueblo en el que almorzamos. La idea era pernoctar allí
pero a la tarde seguimos hasta el siguiente pueblo. Llegamos a la tardecita.
Nos dirigimos a las autoridades del pueblo quienes muy amablemente nos
prestaron un ambiente deshabitado. Estaba cerrado de adentro, asique un niño se
metió por el vidrio roto y nos logró abrir.
Al otro día pedaleamos la mañana hasta un pueblo, en el que
entrando Santi pinchó su bici. Cambió la cámara por la de repuesto con la idea
de seguir pedaleando, pero como era de suponerse, siendo dos tipos previsores
como nosotros, la cámara de repuesta la habíamos dejado pinchada de la última
vez que la cambiamos. Emparchamos las dos cámaras y almorzamos tranquilos en la
plaza. A la tarde pedaleamos hasta el siguiente pueblo donde dormimos en un
alojamiento muy barato y lindo, gracias a dos viejos que daban vueltas a la
plaza, al tranquito lento y respirando aire puro como suelen hacer los viejos
en sus ratos libres (todos) en los pueblos, que convencieron al dueño de que
nos cobre barato. También gracias a los simpáticos viejos nos pudimos bañar en
el hospedaje después de catorce días sin tocar el agua. Esto no es
exclusivamente mérito propio, ni tampoco de nuestro agrado, pero en la mayoría
de los pueblos escasea el agua fría, ni hablar de calentarla ya que en ningún
pueblo hay conexión de gas, la gente se maneja a garrafas, y en muchos hay solo
una canilla de agua potable para todos. Tenemos escusas. Vale aclarar que ese
día se cumplían tres meses en la ruta.
En los pueblos bolivianos, el idioma principal es el Aymara, y como segundo el castellano. Entre ellos se comunican en Aymara, de lo que no entendemos más que algunas palabras sueltas que nos han ido enseñando.
La iglesia de este pueblo era la más
antigua del altiplano de Bolivia, y a las 10:00hs de la mañana del siguiente
día se festejaba un matrimonio. Allí estuvimos, en la misa entre las cholas, y
luego escuchando los mariachis que le cantaban al nuevo matrimonio en la puerta
de la iglesia. Después del almuerzo pedaleamos hasta Patacamaya. Dimos unas cuantas
vueltas buscando un lugar hasta que llegamos a una iglesia. El cura no se
encontraba asique nos sentamos en la puerta a esperarlo. En eso entra un
muchacho, que según su apariencia estaba lejos de ser un cura. Lucas a modo de
broma le pregunta:
- - ¿Usted es el cura de la iglesia?
- - Si – Respondió Moises.
Quedamos desconcertados. Desconfiando
de su postura, le contamos nuestra situación y lo que buscábamos. Moises dijo
que tenía un cuarto para prestarnos, tomo su bicicleta y dijo que lo siguiéramos.
Comenzamos a pedalear a las afueras del pueblo desconfiando de Moises. Le
repetimos la pregunta:
- - Che Moises, ¿vos sos el cura?
- - No – Respondió esta vez.
Aparentemente, él nos había
entendido si estaba buscando al cura, por lo que respondió que sí. Resumiendo
un poco, Moises no tenía malas intenciones para con nosotros, todo lo
contrario, nos prestó un cuarto que estaba construyendo para que nos refugiemos
del frío.
Cenando en la carpa por el frio.
Pequeña habitación que nos prestaron en un pueblito.

Antigua iglesia en Sica Sica
Mariachis alegrando el casorio
En lugar de arroz; en Bolivia se acostumbra a hacer una fila y se le tira papel picado en la cabeza a los casados:
Las cholas.
Amenazando tormenta.
Cuarto que nos prestó Moises.
Al siguiente día pedaleamos
durante la mañana hasta un pueblo en el que almorzamos, conocimos un poco y
seguimos hasta Calamarca, donde armamos la carpa en la plaza.
Al otro día pasamos por varios pueblitos, y a las 15:00hs
decidimos quedarnos en uno. Comenzamos a recorrerlo y a hablar con la gente
hasta que dimos con el pastor Pablinho, quien nos prestó un salón en la iglesia
para que armemos la carpa. Compramos unas verduras y nos mandamos un abundante
guiso al fueguito. Hacía rato que no comíamos una buena cena, asique dormimos
plácidamente para al otro día poder llegar a La Paz. Y de lo lleno que habíamos
quedado ni si quiera desayunamos.
La idea era llegar a la caótica
Paz, pero debido al quilombo del tránsito llegamos a lo que los paceños llaman
El Alto, donde nos habían recomendado pasar de largo por el peligro. Allí
conseguimos un alojamiento barato (imposible armar la carpa en una de estas
ciudades) y fuimos a conocer El Alto.
Al siguiente día sacamos unas
fotos desde arriba de la montaña a la ciudad de La Paz, y bajamos por la
autopista hasta el centro. Estuvimos varias horas buscando un lugar para pasar
la noche, caminando por las calles de subidas y bajadas con las bicis. A la
tardecita conseguimos un hospedaje barato, ya que las piezas eran compartidas.
Mulas cargadas.
Simpática niña boliviana.
Acampando en la plaza del pueblo.
Iglesia construida en la montaña, desde donde se veía el pueblo
Cocinando un guiso en un tambor.
Acampando en el salón de la iglesia.
Con el pastor Pablinho.
Comienzos de La Paz
La Paz vista desde El Alto.