domingo, 17 de junio de 2012

Conociendo las raíces aymara

  En Sevaruyo nos tuvimos que quedar otro día debido a problemas de salud (cagadera), disfrutando del silencio y la tranquilidad de un pueblo, y del baño.
  Al otro día, en igual estado que el anterior, decidimos hacer dedo hasta el próximo pueblo, Huari. Por suerte no esperamos demasiado tiempo, al ratito de ir a la ruta nos levantó un camión. Viajamos en la caja junto a otras personas.
  En Huari estuvimos averiguando precios de hospedajes, pero nos dijeron que Chayapata  era más grande y solo estaba a 12km. Luego del almuerzo y de que todos los niños del pueblo jueguen con los “gringuitos” en la plaza pedaleamos hasta Chayapata. Una vez allí nos prestaron un salón para armar la carpa los soldados del ejército boliviano Ranger, con sus lemas como “vencer o morir” o “un soldado de honor no tiene mayor testigo que su propia conciencia”.  Estuvimos conociendo el pueblo y charlando con los jóvenes soldados que cumplían con el servicio militar, ya que en Bolivia el servicio es obligatorio.
  La mañana siguiente la utilizamos para actualizar el blog, mandar algunos mail y comprar el almuerzo. Pedaleamos unas horas y paramos a almorzar en la ruta. Seguimos pedaleando por el monótono camino que nos llevó a la plaza de Paznia, donde instalamos el mono ambiente bajo la luz de un farito.
  La vida de estos pueblos nos está contagiando su sedentarismo. Oscurece aproximadamente a las 19:00hs. Una vez armada la carpa nos quedamos un rato cruzados de brazos a su costado, contemplando los silenciosos espacios que quedan entre las hileras de humildes casas de adobe, con sus techos de pajas, a los que llaman calles, donde se forman unos pequeños remolinos creando espirales de tierra, esperando que algo pase en el pueblo pero no hay con que darle, antes de las 20:00hs estamos adentro de la carpa.
  A la mañana siguiente, mientras levantábamos el campamento de la plaza con nuestro amigo El frío, se dictaba un acto donde además de los chicos del colegio, estaban también presentes varios adultos, entre ellos las autoridades del pueblo. Nosotros juntamos las pertenencias y como es costumbre también juntamos la basura en una bolsa. Lucas, con naturalidad, se acercó y tiró la bolsa en uno de los tres coloridos tachos que estaban al lado del hombre que dirigía el acto. El acto resultó ser la presentación de los tres tachitos: papel y cartón, plásticos, y orgánicos. Más de uno no se aguantó y mientras el presentador hablaba largó una carcajada.
  Salimos a la ruta. Luego de unos kilómetros nos encontramos con dos viajeros argentinos en moto. Nos saludamos ¡y la chica resultó ser de Necochea! Viajando en su motito scooter cargada como mula desde Necochea hasta México. Enseguida encontramos amigos y conocidos en común. El otro muchacho viajaba desde Calafate con rumbo Alaska. Nos despedimos, y al ratín se perdieron las dos siluetas en el horizonte. Aunque motocicleta y bicicleta terminen igual, la diferencia de velocidades es grande.





                                                        Viajando en camion junto a gente de la zona.


Jugando con los chiquitines en una plaza.





 Por las rutas de bolivia.


 Encuentro con viajeros necochenses!!


  Seguimos al tranquito lento disfrutando de viajar en bicicleta hasta llegar al mediodía a un pueblo, donde entramos a conocer y almorzar. Ya es costumbre que al almuerzo en la plaza se nos acerquen los perros y los borrachos, y esta vez no hubo excepción. A la tarde seguimos pedaleando hasta el siguiente pueblo. Oscureciendo armamos campamento en la plaza. Mientras hacíamos tiempo para no irnos a dormir a las 19:30hs, se nos acercaron unas niñas y nos dijeron que su madre las había mandado a invitarnos a dormir a su casa, porque en la plaza haría demasiado frío. Desarmamos la carpa y nos trasladamos con los bártulos a lo de la hospitalaria señora, quien tuvo que salir a una reunión dejándonos con sus hijos, charlando y compartiendo la cena: Nos acostamos antes de que la dueña de casa regrese. La casa contaba con dos ambientes: un cuarto con tres camas, una mesa y una garrafa para cocinar, y otro cuarto un poco más frío, con dos camas en donde dormimos nosotros. No sabemos si era cierto o no, pero nos dijeron que siempre dormían los seis en el mismo cuarto en el que cocinaban, nosotros pensamos que lo dijeron para hacernos sentir cómodos.
  Al otro día desayunamos con la dueña de casa y sus hijos, antes de que partieran para el colegio. Nosotros pedaleamos hasta Oruro, gran ciudad. Allí estuvimos dando vueltas y conociendo entre el terrible quilombo de tránsito.  Nos volvimos a encontrar con los dos viajeros en moto. A la tarde comenzamos a buscar hospedaje, y como ya es costumbre en una ciudad donde no se puede armar la carpa más que en un terreno baldío, luego de varias vueltas terminamos en el cuartel de bomberos. Por suerte, luego de un buen rato de burocracia nos recibieron muy bien. Cenamos con los de la guardia y dormimos en una habitación.
  Con el cambio de guardia dejamos el cuartel y fuimos temprano a desayunar a la plaza. Más tarde dejamos las bicis en una iglesia para poder conocer Oruro tranquilos. Nos encontramos con una empinadísima y larga bajada de cemento en la que los niños, medio indios, se tiraban en carrera sobre unos cartones. No nos pudimos contener y al ratito estábamos corriendo carreras con los niños.




 Y nosotros que nos quejamos de las alforjitas! Señora llevando alfa para sus conejos.





Cenando una buena sopa con esta hospitalaria familia.


A los gringuitos se les complicó con el sol de frente.


Una de la tantas ferias de Oruro.


El mercado bien temprano por la mañana cuando todavia no despertó.


Comedores en plena calle.


Varios puestos de jugos y ensaladas de frutas.


El gran tobogan de Oruro.








Vista de Oruro desde la altura.


  A la tarde buscamos las bicis y comenzamos a pedalear con la idea de acampar en las afueras de Oruro. Una vez en pampa, y ya oscureciendo, divisamos un rancho con un chiquero. Luego de varios gritos y aplausos dimos por hecho que no había nadie. Armamos la carpa en una construcción de adobe medio destruída a metros del chiquero.
  Al siguiente día amanecimos con el dueño del rancho y el chiquero fuera de la carpa pero por suerte no presentó problemas. Pedaleamos toda la mañana hasta un pueblo en el que almorzamos. La idea era pernoctar allí pero a la tarde seguimos hasta el siguiente pueblo. Llegamos a la tardecita. Nos dirigimos a las autoridades del pueblo quienes muy amablemente nos prestaron un ambiente deshabitado. Estaba cerrado de adentro, asique un niño se metió por el vidrio roto y nos logró abrir.
  Al otro día pedaleamos la mañana hasta un pueblo, en el que entrando Santi pinchó su bici. Cambió la cámara por la de repuesto con la idea de seguir pedaleando, pero como era de suponerse, siendo dos tipos previsores como nosotros, la cámara de repuesta la habíamos dejado pinchada de la última vez que la cambiamos. Emparchamos las dos cámaras y almorzamos tranquilos en la plaza. A la tarde pedaleamos hasta el siguiente pueblo donde dormimos en un alojamiento muy barato y lindo, gracias a dos viejos que daban vueltas a la plaza, al tranquito lento y respirando aire puro como suelen hacer los viejos en sus ratos libres (todos) en los pueblos, que convencieron al dueño de que nos cobre barato. También gracias a los simpáticos viejos nos pudimos bañar en el hospedaje después de catorce días sin tocar el agua. Esto no es exclusivamente mérito propio, ni tampoco de nuestro agrado, pero en la mayoría de los pueblos escasea el agua fría, ni hablar de calentarla ya que en ningún pueblo hay conexión de gas, la gente se maneja a garrafas, y en muchos hay solo una canilla de agua potable para todos. Tenemos escusas. Vale aclarar que ese día se cumplían tres meses en la ruta. 
  En los pueblos bolivianos, el idioma principal es el Aymara, y como segundo el castellano. Entre ellos se comunican en Aymara, de lo que no entendemos más que algunas palabras sueltas que nos han ido enseñando.
  La iglesia de este pueblo era la más antigua del altiplano de Bolivia, y a las 10:00hs de la mañana del siguiente día se festejaba un matrimonio. Allí estuvimos, en la misa entre las cholas, y luego escuchando los mariachis que le cantaban al nuevo matrimonio en la puerta de la iglesia. Después del almuerzo pedaleamos hasta Patacamaya. Dimos unas cuantas vueltas buscando un lugar hasta que llegamos a una iglesia. El cura no se encontraba asique nos sentamos en la puerta a esperarlo. En eso entra un muchacho, que según su apariencia estaba lejos de ser un cura. Lucas a modo de broma le pregunta:
-                     -   ¿Usted es el cura de la iglesia?
-                     -   Si – Respondió Moises.
         Quedamos desconcertados. Desconfiando de su postura, le contamos nuestra situación y lo que buscábamos. Moises dijo que tenía un cuarto para prestarnos, tomo su bicicleta y dijo que lo siguiéramos. Comenzamos a pedalear a las afueras del pueblo desconfiando de Moises. Le repetimos la pregunta:
-                       - Che Moises, ¿vos sos el cura?
-                      -  No – Respondió esta vez.
         Aparentemente, él nos había entendido si estaba buscando al cura, por lo que respondió que sí. Resumiendo un poco, Moises no tenía malas intenciones para con nosotros, todo lo contrario, nos prestó un cuarto que estaba construyendo para que nos refugiemos del frío.





Cenando en la carpa por el frio.

  
Pequeña habitación que nos prestaron en un pueblito.

 
Antigua iglesia en Sica Sica 

Mariachis alegrando el casorio

En lugar de arroz; en Bolivia se acostumbra a hacer una fila y se le tira papel picado en la cabeza a los casados:

Las cholas.

Amenazando tormenta.

Cuarto que nos prestó Moises.

  Al siguiente día pedaleamos durante la mañana hasta un pueblo en el que almorzamos, conocimos un poco y seguimos hasta Calamarca, donde armamos la carpa en la plaza.
  Al otro día  pasamos por varios pueblitos, y a las 15:00hs decidimos quedarnos en uno. Comenzamos a recorrerlo y a hablar con la gente hasta que dimos con el pastor Pablinho, quien nos prestó un salón en la iglesia para que armemos la carpa. Compramos unas verduras y nos mandamos un abundante guiso al fueguito. Hacía rato que no comíamos una buena cena, asique dormimos plácidamente para al otro día poder llegar a La Paz. Y de lo lleno que habíamos quedado ni si quiera desayunamos.
  La idea era llegar a la caótica Paz, pero debido al quilombo del tránsito llegamos a lo que los paceños llaman El Alto, donde nos habían recomendado pasar de largo por el peligro. Allí conseguimos un alojamiento barato (imposible armar la carpa en una de estas ciudades) y fuimos a conocer El Alto.
  Al siguiente día sacamos unas fotos desde arriba de la montaña a la ciudad de La Paz, y bajamos por la autopista hasta el centro. Estuvimos varias horas buscando un lugar para pasar la noche, caminando por las calles de subidas y bajadas con las bicis. A la tardecita conseguimos un hospedaje barato, ya que las piezas eran compartidas. 



Mulas cargadas.

Simpática niña boliviana.

Acampando en la plaza del pueblo.

Iglesia construida en la montaña, desde donde se veía el pueblo



Cocinando un guiso en un tambor.

Acampando en el salón de la iglesia.

Con el pastor Pablinho.



Comienzos de La Paz

La Paz vista desde El Alto.



domingo, 3 de junio de 2012

Primeros pasos por Bolivia

  Pasamos unos tres días en La Quiaca, yendo y viniendo de Villazón, ya que con sólo cruzar el puente pasas a Bolivia. La gente va y viene como si nada, sin presentar papeles, documentación, pasaporte, llevan y traen bolsones de ropa y otras mercaderías.
  Luego partimos de La Quiaca pero esta vez presentando nuestra documentación para que quede asentado que cruzamos a Bolivia. Luego de varias vueltas por Villazón, recién a la tarde comenzamos a pedalear con la idea de frenar en el primer pueblo que encontremos. Al llegar pedimos alojamiento en la escuelita pero no nos pudieron dar, nos dieron un plato de comidas. Al parecer el próximo pueblo también estaba cerca. Seguimos pedaleando. Llegamos al próximo pueblo a eso de las 15:00hs. Allí acampamos entre la iglesia (cerrada) y una casa.
  Los pequeños pueblos de Bolivia tienen, en su mayoría, las casas de adobe y techos de barro y paja y  no todos tienen gas, se cocina a leña. En todos se consigue pan casero muy rico y barato.
  Al otro día seguimos pedaleando por una ruta asfaltada muy buena. El paisaje que se ve es muy árido y de montañas, y cada 10km más o menos hay un pueblito. No se si será la altura, las montañas, el viento en contra o qué, pero pedaleamos 55km y terminamos destrozados. Acampamos en la plaza de otro pueblito que no recordamos el nombre.
  Ya si, descansados, pedaleamos hasta Tupiza, primera ciudad boliviana que conocimos, con sus grandes ferias y mercados en las que la gente vende en sus puestitos frutas, verduras, carnes y pollos (sin heladeras), golosinas, ropas, y todo lo que se le ocurra al lector. Cuando descansábamos en la plaza, se acercó un hombre a conversar sobre el viaje. Marius resultó ser un sacerdote polaco, aficionado por el ciclo turismo y la aventura. Recorrió gran parte de Europa en su bicicleta. Ex militar, que luego de pertenecer al ejército de los cascos azules se ordenó de sacerdote y fue a misionar a la selva boliviana, a las comunidades del río Beni, donde dirigió y trabajó en la construcción de un barco: Esperanza. Mario (en latín) nos llevó a la parroquia y nos prestó un salón para pernoctar. En la tarde fuimos a una misa que dio en una iglesia barrial.
  A la otra mañana fuimos temprano a la estación de tren a sacar boletos a Uyuni, ya que el camino es bastante feo, en subida, y el tren es muy barato. Pasamos la tarde conociendo Tupiza y ayudamos a Mario a armar su bici, que la tenía embalada y quería recomenzar a pedalear. A la tardesita fuimos a la estación y subimos al tren.  Los asientos son de a tres con otro enfrentado de a dos, bastantes apretados. La gente carga y descarga equipajes, bolsos, botellas y demás cosas por las ventanillas en cada parada. El primer trayecto fuimos apretados, ayudando a descargar cosas por las ventanillas, y tocando la guitarra. Después el vagón prácticamente se vació asique a Uyuni llegamos durmiendo.  Una vez en la estación (una y media de la mañana y un frío de cagarse), y sin tener donde dormir, pasamos la noche encerrados en la estación, por que cerraron las puertas y las abrieron recién  a las ocho de la mañana.
  Libres, tomamos unos mates, conocimos Uyuni y fuimos a conocer el cementerio de trenes donde llegaron los primeros trenes a Latinoamérica. A la tarde comenzamos a pedalear para conocer el salar de Uyuni (el más grande del mundo). El camino de tierra totalmente destruido. Llegamos a un pueblo a 5km del salar donde nos prestaron un salón en la escuela. Nos instalamos y a las 20:00hs fuimos a ver una presentación de los alumnos en la que cantaban, bailaban danzas típicas bolivianas, y actuaban en obras muy graciosas.
  Pedaleamos los 5km que nos separaban del salar. A la entrada hay un monolito en el que hay varios nombres de desaparecidos en el salar: si te metes bien adentro no se ven las montañas, solo se ve blanco y solamente blanco por donde mires, y hay partes en el que caminas y se rompe el piso cayéndote al agua. Pero al ser todo blanco no hay nada que de una idea e las dimensiones, entonces se pueden sacar algunas fotos graciosas.
  A la tarde seguimos pedaleando para el próximo pueblo. El camino estaba muy destruido asique no pudimos llegar. Cruzamos varios animales salvajes como llamas y otros bichos que no sabemos sus nombres. Se nos hizo la noche y tuvimos que acampar en el medio de la nada.
  Al otro día pedaleamos lo que nos faltaba para llegar al pueblito. Allí almorzamos unas galletas (lo único que había en el único almacencito del pueblo) y preguntamos a cuanto estaba el siguiente pueblo:
-          ¿Sabe a cuánto queda el próximo pueblo señora? – delirantesxahí.
-          Si a unas tres horas en auto  – señora.
-          Pero ¿cuántos kilómetros hay? – delirantesxahí.
-          Unos 60km – señora.
  Saquen sus conclusiones, las nuestras fueron que había que hacer dedo para llegar al próximo pueblo. Pasamos la tarde leyendo hasta que luego de unas tres horas nos levantó una camioneta y nos llevó hasta Sevaruyo. El camino estaba jodido en serio, cruzamos varios arroyos (en uno el agua paso por arriba del capot de la camioneta) y también se cruzaban varios animales. Una vez en el pueblo nos alojamos en una pensión, sin baño, “pueden hacer pipí ahícito nomás y cocó tienen que ir al río” dijo la señora.



Frontera Argentina - Bolivia 

 Entre el quilombo

Puente del ferrocarril 

 Cocinando a fuego lento



Acampando entre la iglesia y una casa (pueblo de Sajnasti) 



Pueblo boliviano 
Mirador de la ruta 

 Tunel construìdo en la montaña

En el tunel con paredes de piedra




Capilla barrial en antiguas construcciones de un ingenio, misa de Mario 

Con Mario, sacerdote polaco 

Mario en la construcciòn de su barco con el que luego recorrería las comunidades a orillas del Beni

 Esperanza: ya navegando


Calle de Tupiza 

Comedores en las calles de Tupiza, fuera de la estación de tren 

Durmiendo en la estación de Uyuni 

La mañana: el agua de la fuente totalmente sólida 

Uyuni 








 Camino al salar de Uyuni

Actuación de los alumnos 



Salar de Uyuni













Otra muestra del frìo en las noches: olvidamos la cantimplora con agua fuera de la carpa, el agua se congeló y rompió el aluminio.