domingo, 19 de agosto de 2012

De las montañas a la costa


  
En Cusco, buscando un alojamiento barato conocimos a Hermógenes, quien nos invitó a su casa. Hermógenes pertenece al Cauch Surfing, una página en la que los viajeros buscan un techo y los lugareños lo ofrecen (nosotros quisimos asociarnos a la página pero nunca nos aceptaron). En su casa conocimos a Cristian, psicólogo argentino recién recibido de 28 años que postergó su profesión para recorrer caminos, y a Bastian, francés estudiante de ciencias políticas que hizo un break en sus estudios para luego de recorrer caminos por Asia y África desandar caminos por nuestra Sudamérica. Pasamos unos tres días en el ombligo del mundo conociendo la colonial ciudad con su historia, sus enormes y antiguas construcciones, iglesias, etc.
Una vez establecida una relación con Cristian y Bastian, y deteriorada la relación con Hermógenes, decidimos partir con rumbo Machu Picchu junto a las nuevas amistades. La primera parada fue en Huila Huila, un pequeño pueblo construido a orillas de una hermosa laguna rodeada de montañas. Hasta allí tomamos un viejo colectivo que nos cargó las bicicletas en el techo. En Huila Huila pasamos tres días en una enorme casa abandonada, construída sobre una montaña que le da una vista privilegiada de la laguna, perteneciente a Hermógenes. Básicamente en los días que pasamos en el pueblo estuvimos contemplando el paisaje. Por supuesto que en ninguna noche faltó un fogón para cocinar y tocar la guitarra, y por suerte no fui el único guitarrista, también Bastian nos deleitó con sus canciones en francés, sin mencionar sus temas de Bob Dylan, Bob Marley, Manu Chao, entre otros.




        Mercado de cusco: se aprovechan todas las partes del animal (y cuando digo todas es TODAS (si esas también! existe el caldo de cardan, que es con testículos de toro jaja))


Y arriba de los buses se lleva de todo también.


Productos de fogones psicodélicos!


La espectacular quinta camino al Machu Picchu donde pasamos unos días gratis!

Tardes de sol y guitarra.


La vista que teníamos desde casa.


Los muchachos cocinando.


Otra buena vista desde la ventana.


  Luego de los dos días nombrados decidimos comenzar nuestra expedición al Machu Picchu. Nosotros dejamos las bicis en una tienda y sólo llevamos las bolsas de dormir, algo de ropa, linterna y un poco de comida que compramos en el pueblo. Cristian y Bastian dejaron sus mochilas en la casa de una señora y llevaron básicamente lo mismo que nosotros. Caminamos unos kilómetros hasta la carretera, desde donde tomamos un colectivo local que nos llevó hasta Urubamba, una ciudad bastante comercial, construída como muchos pueblos y ciudades de la zona, entre montañas. En Urubamba almorzamos en el mercado central y tomamos otro colectivo local que nos llevó hasta Ollantaytambo, a 60km de Machu Picchu. Allí pasamos la tarde averiguando formas de llegar a las ruinas, precios y demás. Había algunas opciones. Una era tomar el tren desde Ollantaytambo hasta Aguas Calientes, el pueblo del Machu Picchu, por un modesto precio que iba desde los cincuenta dólares hasta los ciento cincuenta dólares, dependiendo de las comodidades y servicios brindados por la empresa (¡ciento cincuenta dólares por hacer sesenta kilómetros!) Primera opción, descartada. La segunda opción constaba en tomar un colectivo hasta Santa María, otro hasta Santa Teresa, otro hasta la hidroeléctrica y caminar una hora y media hasta Aguas Calientes. Esta opción costaba algo de treinta soles (setenta y cinco pesos argentinos), por lo tanto, segunda opción descartada. La tercera opción era el famoso camino del inca, para el cual había que contratarlo con una empresa, ya que es la única forma de hacerlo, y esta te lleva caminando con un guía, te da comida, lugar donde dormir, y de más. Esta opción costaba un ojo de la cara, por lo tanto, descartada. La cuarta opción era tomar un colectivo local hasta el kilómetro ochenta y dos por unos cinco pesos argentinos, y desde allí caminar treinta kilómetros por las vías del tren, entre las montañas. Esta opción era ilegal, por el peligro que implica caminar por las vías y cruzar los túneles del tren, en plena oscuridad, ya que solo hay espacio para el tren y si éste viene uno termina como Tanguito. Esta opción solo nos la dieron los pueblerinos, quienes conocen la zona como la palma de su mano, y según ellos caminando se tardan unas ocho horas. Definitivamente esta última era nuestra opción. Decidimos hacer noche en Ollantaytambo y al otro día partir por la mañana temprano.
Para terminar nuestra tarde, trepamos un cerro a conocer unas ruinas incaicas gratuitas, las cuales usaban algo así como un cuartel de defensa. A la tardecita estuvimos recorriendo el pueblo en busca de un lugar para pasar la noche y encontramos uno muy barato: un salón con unos colchones durísimos en el piso, en los que duermen una cantidad incontable de porteadores peruanos apretadísimos, todos vestidos, tapados con frazadas compartidas entre dos o tres personas. Los porteadores son los llamados camellos, los encargados de transportar los equipajes de los gringos en el camino del inca. Los tipos caminan durante días, cargados como mulas, por un sueldo miserable. Son explotados por las empresas extranjeras que los contratan. Muchos de ellos no tienen ni zapatos, caminan y caminan de sandalias entre las piedras y el frío. Es una paradoja, pero ellos son los verdaderos herederos del imperio incaico. Los verdaderos descendientes de aquellos indígenas que construyeron el Machu Picchu.
  A la mañana siguiente los porteadores nos dieron un poco de información para nuestro trayecto y partimos en una combi hacia el kilómetro ochenta y dos con unas cuantas frutas y panes para el camino. Comenzamos la caminata, y con ella mi inoportuna cagadera. No sólo gasté nuestro rollo de papel higiénico sino también unos metros del rollo del pobre Bastian. Los treinta kilómetros caminando como los patos.
  Los primeros kilómetros los caminamos adaptándonos al terreno y al ruido del tren, ya que cuando se escucha venir hay  que hacerse a un lado y ver como pasa la locomotora a una mínima distancia de nuestros huesos. Hay dos caminos a seguir, uno son las vías del tren, el más peligroso pero más corto y llano, y el otro es un sendero en la montaña, al costado de las vías, más seguro pero más exigente debido a las constantes subidas y bajadas. El primer trayecto lo hicimos por las vías hasta pasar corriendo a toda velocidad con el peligro y su correspondiente adrenalina, por el primer túnel. Luego decidimos seguir por el sendero.
  El camino es agotador, pero el paisaje es alucinante: montañas altísimas y un caudaloso río, afluente del amazonas, que nos acompañó los treinta kilómetros a la izquierda de las vías. Caminamos, caminamos y caminamos. Luego de nueve horas de viaje, entre rizas, charlas y cagos, llegamos a Aguas Calientes ya oscureciendo. El pueblo es súper turístico por lo tanto los precios son altísimos. No nos dejaron dormir en la plaza por el mismo motivo, así que estuvimos dando vueltas en busca de un alojamiento (no teníamos carpa) hasta que dimos con uno que nos dejó dormir en la terraza por un modesto precio. El dueño del hostel nos prestó unos colchones para que tiremos bajo un techo y pasamos la noche a la intemperie.



Expedición Machu Picchu día 1.


Callecitas de Ollantaytambo.


Ascendiendo a unas ruinas de por ahí.


Las ruinas de por ahí.





Con la muchachada en las ruinas.





Viendo caer la tarde sobre el pueblo.


Habitación que compartimos con los porteadores.


Camino a Machu Picchu.


Hubo que hacer un alto por un toro mañero en medio del sendero! Pero luego de probar varias técnicas la que funcionó fue que uno lo distraiga mientras el otro pasaba corriendo a toda velocidad aprovechando que el toro miraba para otro lado jaja.


Caminando por las vías.


Aqué se puede observar el lugar que quedaba cuando pasaba el tren.





Estos anarquistas!


Caminando en un paisaje genial.


No quiero ser jodido no, pero de los trenes que pasaron no hubo ni uno del que no se asome un gringo a sacarnos una foto almorzando unas frutas a orillas del río, cada uno saque sus propias conclusiones!


Expedición Machu Picchu, dia 2.


Delirantes por ahí.










Parate para comer tunas juntadas en el camino, qué manera de sufrir con esas espinitas!





Ya en los últimos túneles estábamos como en casa jaja.


Llegando a Aguas Calientes, pueblo a los pies del Machu Picchu.



Durmiendo en la terraza para ahorrarnos unos soles.


  En la mañana siguiente juntamos bastante información sobre las ruinas y emprendimos la escalada al cerro Potocusi. El Potocusi es una montaña desde donde se ve la ciudadela desde arriba; su trepada por el momento es ilegal porque está en construcción, por lo tanto también es peligroso, pero no tuvimos inconvenientes. Creo que es uno de los cerros más altos que he subido, con su húmeda vegetación y su clima tropical.
  Una vez arriba, bastantes agotados, recibimos nuestro primer impacto visual del Machu Picchu. Muy lindo, solo le perjudicaba un hormiguero de gente caminando entre sus paredes de piedra, por donde alguna vez, hace mucho tiempo, caminaban los Incas. Pasamos un buen rato en la cima del Potocusi hasta que de a uno, por separado, emprendimos el descenso. Yo fui el último en bajar porque me dormí una siesta en la cumbre (al ser ilegal éramos los únicos en el cerro), pero en el descenso lo encontré a Cristian, también en una especie de siesta, acostado entre unas piedras.
  A la tardecita Lucas compró su entrada para las ruinas para el día siguiente, ya que su abuelo le regaló el dinero. Cristian, Bastian y yo decidimos esperar porque en la noche haríamos un intento por entrar gratis. Hicimos tiempo en la plaza, acompañamos a Lucas a la terraza del hostel y partimos en la noche, caminando en la montaña con rumbo al Machu Picchu, pero el plan se frustró y a la madrugada estábamos gritándole a Lucas desde la calle para que nos abra la puerta y poder subir a la terraza.
  Al otro día, bien temprano, Lucas partió hacia las ruinas y nosotros hicimos otro intento por entrar ilegales. Nuevamente fracasamos, y con Bastian, bastantes frustrados, compramos las entradas y subimos la agotadora montaña del Machu Picchu. Cristian decidió abstenerse y quedarse en el pueblo. Una vez arriba nos encontramos con un lujoso restaurante, en el que prácticamente te cobran por tocar la puerta, pero no le dimos bola y entramos a la ciudadela donde tiempo más tarde encontramos a Lucas.
  El Machu Picchu tiene dos caras: una es la maravillosidad (si existiese esa palabra) de la construcción incaica, en la que uno no logra entender, como con sus manos y nada más que sus manos, hicieron semejante construcción en la cúspide de una montaña, con un entorno que da mucho para hablar. La típica pregunta es de dónde sacaron las piedras, pero la respuesta se encuentra al mirar los alrededores, las montañas están llenas de piedras. La pregunta más lógica sería de dónde sacaron la tierra, tanto para la construcción como para sus cultivos, y de esa pregunta no tengo la respuesta, si alguien la sabe, bienvenida.
  La otra cara es el comercio que hicieron en menos de cien años (tiempo aproximado del descubrimiento). Hay muchas empresas extranjeras lucrando con las ruinas. No voy a seguir hablando del Machu Picchu porque seguramente ustedes saben más que yo y en cualquier lado se encuentra información. Por mi parte voy a dejar que las fotos hablen por si solas. Además, seguramente que si algún día volvemos será como ingenieros, y espero que no sólo miremos la primer cara, no creo que así sea pero según  José Emilio Pacheco, dentro de veinte años ya seremos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años…




Escalando el Potocusi.


El camino que sube a Machu Picchu.


La ciudadela vista desde el cerro Potocusi.


Expedición Machu Picchu, día 3.

El cerro Potocusi visto desde Machu Picchu.


 
Machu Picchu!!!!!





Un poco de decoración Folklórica.


Chusmiando el paisaje desde lo alto.











El puente inca, obsérvenlo bien porque es realmente increíble!

Qué trio!


Santi con Bastian, el francés.


Machu Picchu por la tarde.


Bastian escribiendo sus notas en el Machu Picchu.


Sin comentarios.


Y los muchachos llegaron nomás! que lo parió!

Al día siguiente nos levantamos antes del alba. Bastian se levantó rápido, juntó sus cosas y partió solo rumbo al kilómetro ochenta y dos. Cristian, Lucas y yo partimos al rato. Estábamos un tanto cansados porque todos los días, o caminábamos muchos kilómetros o subíamos cerros agotadores, pero con las últimas fuerzas caminamos los treinta kilómetros de vuelta. Además vale aclarar que estos últimos días veníamos sobreviviendo básicamente a pan y plátanos. Hay un dicho que dice que unos es lo que come, con mi compañero nos preguntamos en qué momento nos comimos semejante bestia sexy, pero si seguimos a pan y plátanos vamos a terminar como bananas en pijama.
En el camino de vuelta nos encontramos con una pareja de Nueva Zelanda con los que compartimos algunos kilómetros y las visitas a muchas ruinas incaicas que hay en la zona. Una vez en el kilómetro ochenta y dos tomamos una combi hasta Ollantaytambo. Allí nos bajamos de la combi y subimos a un colectivo que nos llevó hasta Urubamba. Llegamos 19:30hs más o menos, y no se por qué, pero los tres estábamos convencidos que a las 20:30hs salía el último colectivo hasta Urubamba. Fuimos a comer al mercado y a las 20:20hs volvimos a la terminal, donde nos enteramos que el último colectivo había salido a las 20:00hs. Hicimos un intento por quedarnos a dormir en la terminal pero nos terminaron echando. Decidimos ir a la ruta e intentar volver a dedo. Al rato frenó una lujosa camioneta. Nos subimos los tres y muy educadamente comenzamos la charla. Al kilómetro el hombre nos dijo que el viaje no sería gratis, y terminamos caminando el kilómetro de vuelta hasta Urubamba. Luego de varias vueltas terminamos durmiendo los tres en la caja de un camión cagado por ovejas, tapaditos con una lona llena de tierra, bajo las estrellas.
Al otro día, mientras nos despertábamos el camión se ponía en movimiento. Nos bajamos y volvimos en colectivo hasta Huila Huila, donde nos reencontramos con Bastian en la casa abandonada en la montaña. Pasamos otro día los cuatro y al siguiente nosotros partimos para Cusco con la idea de volver en colectivo, pero terminamos volviendo en un auto con las bicis cargadas en el techo. Buscamos un alojamiento barato y le pasamos el dato a Critian y Bastian, quienes llegaron al rato. En Cusco pasamos otro día averiguando precios de colectivos para viajar a Lima.



Otra vez en las vías, bien temprano por la mañana.


Si te viera tu madre croteando así!


En la caja de un camión, las estrellas ahí nomas, a tu alcance fríaaaaaaaas (quién canta? quién canta? no vale fijarse en el google!)


Así arrancan y después de les da por salir a recorren américa!


Última vista de Cusco desde el bus a Lima.



  Al día siguiente nos levantamos y fuimos a la terminal. Por suerte no habíamos comprado pasaje porque horas antes de que el bondi salga a la ruta los pasajes que quedan sin vender comienzan a bajar de precio. Terminamos consiguiendo pasajes por la mitad de precio. Nos cargaron las bicis en el techo, compramos un poco de comida (son 23 horas de viaje) y partimos rumbo Lima. El colectivo era indescriptible, un carro muy viejo y flojo por todos lados. Los asientos apretados entre ellos y no se reclinaban, solo un poquito y a la fuerza. Como siempre, mi inoportuna cagadera me atacó con las defensas bajas: el colectivo no tenía baño. Encima ver por la ventana como esa especie de colectivo doblaba a toda velocidad al borde del precipicio alimentaba un poco mi cagadera. Cada dos horas el bondi frenaba, el chofer gritaba “¡baño!” y todos los pasajeros bajaban a mear a la banquina. Era una situación muy graciosa; el baño de hombres consistía en una hilera de personas meando al lado del colectivo, y el de mujeres en un grupo de personas en cuclillas, con el culo al aire, atrás del colectivo. También cada tanto se veía un culo masculino entre las ramas (cagando). Ya de noche, la oscuridad brindaba un poco más de privacidad, pero el tiempo jugaba en contra, el colectivo arrancaba y uno podía quedar con el trámite a medias.
  Por suerte pasaron las 23 horas y  a eso de las 15:30hs llegamos a Lima. El chofer sorprendido nos decía “y llegó el carro nomás eh, no le tenía fe yo”, refiriéndose a su colectivo. Nosotros llegamos sanos y salvos, pero la que no corrió con la misma suerte fue Romualda. Entrando a Lima, el colectivo pasó bajo un puente y la bicicleta golpeó en el techo, quebrándose el manillar. Luego de una discusión con un tano bastante elevado, logré que la empresa me devuelva el pasaje de Romualda.
  Nos alejamos en bici del lugar donde nos dejó el colectivo, el barrio La Victoria, según un viajero conocedor de Lima uno de los barrios más jodidos de la ciudad, y una vez fuera del barrio nos comunicamos con Beni, una señora limeña que conocimos en Ollantaytambo, quien nos dijo que vallamos al barrio Mira Flores, que ella nos hospedaría. Beni nos hospedó en un cuarto que funcionaba como oficina de su trabajo, dentro de un estacionamiento de autos. También, luego de que nos comuniquemos con Cristian, lo alojó con nosotros.
  En Lima conocimos prácticamente todos los museos gratis, algunos parques y de más. Fuimos a la zona donde venden bicicletas, galpones llenos de puestos con repuestos de bicicletas y bicicletas armadas de todo tipo. Conocimos a un hombre, dueño de uno de esos puestos, que se entusiasmó con el viaje y nos vendió un manillar nuevo a precio de costo, y nos centró las cuatro ruedas gratuitamente. También, durante nuestra estadía en Lima se nos ocurrió fabricar trufas, o bombones de chocolate si se quiere, y salir a vender con Cristian. La venta funcionó bastante bien, cubrimos el costo, tomamos una cerveza y nos comimos todas las trufas sobrantes.




En el parque de las fuerntes y las luces en Lima.
























 Romualda desnuda!


Que empresarios por favor! (vea el detalle de la camisita que clavó el tucumano!)


La suerte es nuestro oxígeno:
  Luego de unos cuantos días en Lima, nos despedimos de Beni y su amistoso grupo de trabajo, sin olvidar a Jorge o George como le decíamos nosotros, el muchacho encargado del estacionamiento, con quien formamos una buena amistad. Partimos a la tarde pensando acampar en las afueras de la capital. Nuestra ruta a seguir era la panamericana norte, siempre con el pacífico a la izquierda. Pedaleamos por la costa con el razonamiento de que siguiendo la avenida costera saldríamos a la panamericana. Estaba por oscurecer y nosotros seguíamos metidos en Lima, y en un entorno un tanto “heavy”. En un determinado momento, pasamos por un cuartel policial y un oficial nos llamó:
-                          - Muchachos – decía - a dónde quieren llegar por acá…
-                          - A la panamericana norte – respondimos.
-                         -  Pero por aquí están yendo directamente a las barracas, la zona más jodida del barrio El Callao. Si siguen este camino, y a estas horas, con suerte saldrán con los calzoncillos puestos. Permítanme su GPS que les voy a indicar el camino.
-                         -  No tenemos GPS.
-                         -  Cómo no van a tener un GPS para semejante viaje. Bueno, entonces su mapa.
-                         -  No tenemos mapa tampoco. Desde que salimos de nuestro país que viajamos sin mapa.
-                         - ¡Cómo no van a tener un mapa! ¡No lo puedo creer! ¡Ustedes están completamente locos!
ç    En medio de de la conversación se acercó un hombre con el mismo propósito que el policía, recomendarnos que nos alojemos en algún sitio porque nos iban a robar todo. Grover, el policía, nos indicó el camino correcto para tomar la panamericana, pero nos aconsejó que acampemos en el cuartel y salgamos al otro día temprano porque la panamericana aún estaba muy lejos y era peligroso.                                              Nos instalamos y más tarde fuimos a cenar con Grover, quien nos contó sus anécdotas como paracaidista y policía.                                                                                                                                                       A la mañana siguiente Grover nos invitó con un suculento desayuno con tamales, huevos fritos, salchichas fritas, sándwich de pollo, café, etc. y con la panza llena salimos rumbo a la panamericana norte, pero no salimos solos, Grover nos patrulló con otro policía en un móvil hasta salir del barrio.                                    Una vez en la panamericana, pedaleamos a altas velocidades impulsados por la inercia del “quilombo trafical” o del “tráfico quilomboso”, según de qué lado se mire, hasta por fin llegar a lo que buscábamos, paz y aire puro. En la ruta nos encontramos con un ciclista brasilero, y seguimos camino juntos. Nos agarró la noche en la ruta y tuvimos que acampar en un médano, cercano a la carretera. 




Y por fin nos reencontramos con el mar!!






El dúo mas descuajeringado que he escuchado en mucho tiempo, un croto del sur y una conservadora del norte!


Con Beni y su familia.


El pequeño gran George.


Hay que reconocer que nuestro ángel de la guarda tiene cada contacto! Acá con Grover que nos salvo de meternos en el barrio más jodido de Lima y encima resultó ser un gran tipo.


Pedaleando por la gran avenida!


Pedaleando por el desierto.


La tremenda niebla de la zona.


  Al otro día el brasilero partió antes que nosotros (pensaba llegar hasta Alaska en cuatro meses más). Nosotros pedaleamos hasta Huaral. Allí almorzamos y seguimos viaje. Ya oscureciendo, y en el medio de la nada, pasamos por una rotonda en la que había una gomería, o llantería como le dicen aquí en Perú, y su dueño, Hilario, nos llamó y nos dijo que acampemos en su propiedad porque faltaban cuarenta kilómetros para el próximo pueblo y en la noche era peligroso acampar por ahí.
  Mientras tomábamos un café con don Hilario llegó una camioneta. Se bajaron dos hombres y uno de ellos mientras nos decía que le demos todo sacó su intimidante revolver de la cintura. Por suerte el susto duró poco: al parecer eran amigos de don Hilario y eso del asalto era una broma (a mi parecer apuntar con un revolver no es broma, y si lo es, es una broma muy estúpida). Al rato estábamos los cinco tomando café en una mesita, pero sin mencionar palabra de lo sucedido. Luego del café ellos siguieron viaje y nosotros nos quedamos conversando con Hilario, quien nos contaba que él también llevaba su arma, porque a pesar de que la rotonda se encuentra a cuarenta kilómetros a la redonda sin nada, es una zona muy insegura. Hilario también nos contó que hace unos cuantos años hospedó a dos ciclistas argentinos en la misma situación que nosotros. Nos dio sus direcciones (www.travesiadiariosdebicicleta.blogspot.com), nos contactamos con ellos y sorprendentemente se acordaban de Hilario y su rotonda.
  Mientras conversábamos con Hilario, las lauchas o pericotes para los peruanos, bailaban bajo la mesa. Pero don Hilario con toda tranquilidad nos decía que le daba lástima matar a los pobres pericotes, pero cada tanto mataba alguno para que no se le sigan reproduciendo en su terreno. Fue a su cuarto y trajo un palo de madera con un clavo en la punta, como si fuese una lanza, y de la misma forma en la que antiguamente pescaban los indios Hilario atravesó una laucha con su lanza.
  Al otro día pedaleamos hasta Huacho, compramos pan y plátanos y seguimos pedaleando hasta un pueblo donde conocimos a un muchacho que nos dejó armar la carpa en una construcción sin terminar.
  A la mañana siguiente compramos más pan y plátanos, unas verduras y pedaleamos casi todo el día hasta que en la tarde encontramos una playa muy linda, nos tentamos y bajamos a acampar allí. El hombre que vendía golosinas y gaseosas en la entrada del camino que baja hasta la playa nos dijo que tengamos mucho cuidado porque hacía un tiempo que andaban unos muchachos armados asaltando a los que bajaban a la playa, pero nosotros no teníamos muchas opciones asique acampamos igual.




Con Hilario, gran valor.


Los responsables de nuestra panceada (o panzada o como cuerno se diga) de frutillas.


El pacifico!







 Acampando en la playa.


  Al alba nos levantamos sanos y salvos, preparamos las bicis y seguimos viaje por esos caminos desérticos en los que sólo se ve arena, y cada tanto, muy buenas playas. Pedaleamos y seguimos pedaleando. En nuestro caso pedaleamos es sinónimo de pensamos. En el día, por esos caminos, pedaleamos algo de seis horas diarias, en las que la cabeza pasa por muchas ideas, desde las más interesantes hasta las más estúpidas… Pedaleamos hasta Paramonga. Fuimos a pedir alojamiento a la iglesia, pero el padre estaba celebrando un bautismo así que lo esperamos mateando en la plaza. Al terminar el bautismo hablamos con el padre Pío, y muy amablemente nos dejó armar la carpa bajo un techo que funcionaba como garaje. Nos dimos un baño con agua caliente, lavamos un poco de ropa, cenamos y a la carpa.
  Al otro día temprano el padre Pío nos levantó (de noche) con unas porciones de torta de chocolate espectacular. Nos despedimos, compramos frutas y salimos a pedalear. Ese día llegamos a Huarmey, un pueblo bastante grande. Entrando, Lucas se sacó su casco y lo colgó del manillar de la bicicleta, se enredó y fue a parar al piso, pero por suerte solo se hizo algunos raspones. En Huarmey nos alojamos en el cuartel de bomberos. Muy cansados porque habíamos pedaleado noventa kilómetros  entre subidas y bajadas, fuimos a comer, tomamos una cerveza renovadora y nos fuimos a dormir.
  Esta vez, compramos bastante pan, plátanos, y verdura como para acampar en la nada porque el próximo pueblo estaba a noventa kilómetros y estábamos cansados de la jornada anterior. El problema fue que antes del medio día nos comimos todas las provisiones así que estábamos obligados a llegar.     Después de comernos todo tuvimos que dormir una siesta en la banquina (es malo pedalear con la panza llena) y al despertar ya se había hecho medio tarde (no tenemos despertador). Estando en una situación un tanto complicada, pero sin que se nos mueva un pelo a ninguno de los dos, comenzamos a probar un poco de suerte con los camiones. Estuvimos un rato haciendo dedo sin que nadie pare, hasta que vemos venir un móvil de la policía hacia nosotros. El móvil venía a una velocidad muy baja en la ruta y cuando cruzaba la carretera para estacionar su móvil junto a nosotros, una camioneta a toda velocidad lo fue a pasar y se tuvo que tirar a la banquina, por lo tanto, hacia nosotros. Por suerte en la banquina había un montículo de arena que freno a esa camioneta. Discutieron un poco con la policía hasta que finalmente la camioneta se fue. La policía venía hacia nosotros porque le habían avisado que aparentemente había dos locos peligrosos en la ruta (nosotros). Los oficiales vinieron a retarnos, pero terminaron frenando a un camión como si fuesen a pedirle la documentación, para decirle que nos lleve hasta el próximo pueblo. Cargamos las bicis y llegamos a Casma antes de que termine de oscurecer. En Casma hablamos con el cura encargado de la parroquia, y éste nos prestó un cuarto para pasar la noche.
  Al día siguiente, pedaleamos los setenta kilómetros hasta Chimbote. Esta vez no costaron tanto porque la ruta era un poco más llana y el viento nos ayudó un poco. Chimbote es una ciudad muy grande, y muy peligrosa según los pueblos de sus alrededores. Pedimos alojamiento en varios lugares, como bomberos, iglesias, obispado y otros más, sin obtener resultados positivos. Nuestra última opción era la municipalidad, así que allí fui con mi mejor discurso de mangueo. Tuvimos que esperar un largo tiempo hasta que defensa civil organice nuestro hospedaje, hasta que nos llevaron al estadio, en la entrada de Chimbote, y nos prestaron el vestuario para que pasemos la noche. El estadio es enorme y muy buenos servicios, es de un equipo de la primera de Perú, que en este momento no recuerdo su nombre.
Vale aclarar, que en la ruta hemos recibido de todo: una bolsa de frutillas de parte de los trabajadores que cosechaban un potrero, un plato de comida de parte de un camionero que frenó y pasó de su taper a nuestro plato arroz con papas fritas y chaucha, un jugo y galletas de un auto que frenó y nos regaló los víveres para el camino, y otras cosas más.
  Desde Chimbote pedaleamos hasta Chao, previa siesta en la banquina y alimentando nuestras barrigas en el camino a pan y plátanos. Allí hablamos con la policía y nos dejaron armar la carpa en el patio de la comisaría. Y al otro día sí, luego de unos agotadores setenta y cinco kilómetros llegamos a Trujillo, segunda ciudad de Perú, con la esperanza de que la casa de ciclistas de Trujillo nos hospede…








Arena, arena y más arena...





Playa, playa y más playa...



Una planta viviente... en la ruta suelen pasar cosas extrañas, como lo que se ve en la foto, o un tipo manejando sólo el chasis de un camión enorme, o un trencito infantil manejado por un tipo de lentes escuchando música disco en el medio del desierto...








                                                                                                                                     Santiago Mutilba